Algo de la poesía publicada recientemente en la Argentina.
domingo, 19 de enero de 2014
Natalia Litvinova
Natalia Litvinova (Gómel/Buenos Aires), Todo ajeno, Melón, 2013.
El viento tiene que cortar
El pez pronunció tu nombre bajo el agua.
Yo cabalgaba. Quería escapar de lo tatuado en el cuerpo.
Arañé al caballo para galopar mas fuerte.
El viento tiene que cortar los tímpanos.
Pero tu nombre resonó.
Como los latidos del tambor en una tribu que espera lluvia.
Como el salpicar del agua cuando el salmón salta
contra la corriente.
Como el chasquido de los dientes del oso
ante la astucia del salmón.
La casa está tan vacía que soy una tela blanca
Shklovski le escribió a Roman Jakobson:
los pájaros se sostienen de una rama
hasta cuando duermen. Así deberíamos sostenernos.
Pronto comenzará el ritual de la despedida.
Partiré sin decirle una sola palabra a esta casa.
Intenta retenerme, habla por las noches.
No indago de dónde vienen los murmullos.
Prefiero limpiarla con esmero para no mirarla a los ojos.
Gateo con el trapo mojado,
la humedad me tranquiliza.
Después me acurruco. Sueño con la grúa
que viene a concretar la misión.
Tatuar
Escribir es ir hacia la herida para curarla con veneno.
Los dioses lamen poemas y escupen oraciones.
Cuando no escribí encontré mi reflejo en el ojo ciego
de un caballo. Mi madre no ve las frases que tatué
en su vientre.
Marina Kohon
Madre
éramos la tierra
y la cruz
éramos carne de tu carne
hasta que nos ataron las manos
los pies y las lenguas
Madre
una gran boca oscura hablaba
por nosotros
nos atravesaba los centros los hijos
y nos arrojaba a la agonía
pero nosotros Madre
entreveíamos tu rostro
envuelto en el manto
y con las uñas hurgábamos
más y más abajo
buscábamos
en los bosques
en los susurros de los árboles
en el claro donde confluye el rayo
buscábamos Madre
en los fragmentos de las voces
dormidas
hasta hallarnos Madre:
somos esta nada
que con esfuerzo
arrastra sus raíces.
Cesar
sin prisa
dejar la pretensión de opacar al sol
y a las estrellas
cesar y lentamente
volverse
una nube descolorida
dejar los ojos
para ver a través de una golondrina
cesar
y sólo percibir los vientos
y el frío
golpeando la carne
de una mole
cada vez más desnuda
cesar
hasta ser
mucho más humano que el humano
hasta la última respiración
por los dolores del mundo
y apagarse
como un párpado
levísimo que cae.
Gerardo Curiá
Gerardo Curiá (San Pedro/Buenos Aires), El damero de los sueños, La mariposa y la iguana, 2013.
En una plaza
de cemento
En
una plaza de cemento
en el vértice
de
dos diagonales que se cortan
un
perro ladra a la sombra del verano
y su ladrido se extiende
como un trapo roto en el calor
hasta
morir en la pared descascarada
del
edificio viejo,
que
es la misma pared
que
recorta la sombra
a la que el perro ladra.
El anciano guarda
en cajas de cartón
todos los objetos
inservibles
de la casa.
Y los ordena
sobre una
estantería
de madera rústica
en una pequeña
habitación
que tiene en el
fondo del patio.
Espera el
cansancio de la tarde,
va hacia la
habitación,
enciende la radio,
se queda en
silencio
mirando las cajas
hasta que lo
atrapa el sueño
en la suave
humedad
y su cuerpo
rústico
cae sobre la mesa
junto al sonido de
la radio
que no escucha.
Ha decidido
Ha decidido vivir
sin atarse a los
hombres.
Ahora,
sólo le queda el
recuerdo
de placeres
conquistados
de machos secretos
y mendiga migajas
de ternura
en esas niñas
que su sobrino
deja que le cuide
los fines de
semana.
Después de todo
ella fue
aprendiendo
que la felicidad
es como el viento
de la pampa
y arrastra arena
en dirección a la distancia.
El secreto está
en tener
abiertas
las palmas de las manos.
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