Leticia Ressia (Pellegrini, Buenos Aires/Córdoba), El hielo de la guerra, Caballo negro, Córdoba, 2014.
Un grillo desmembrado
en una caja de fósforos.
Ella podrá saltar el charco y la espera
o ese vacío de llanura oscura que crece
en los pequeños errores de su infancia.
Abro el pan, lo soplo
esta parva de dios
su semilla infinita
ofrece a mi hambre
el cuerpo de Cristo.
Padre adentro
baja la marea
también soy en este cielo profundo
hija mirada por el ojo que todo lo ve.
Hasta acá llega mi sombra
el cepo donde se consume
el gesto amargo de los días.
Si aquí hubo demonios
solo dejaron en charcos negros
sus ropas de fiesta.
Vivo en la carne de mi carne
tengo fe en mi corazón
tan pequeño y solo
pan hambreado
aliento dolido por el asma.
Atrás de la sangre, la ceniza
de mis muertos hace un pozo
un vientre de barro.
Los que murieron de viejos
aquellos que se llevó el dolor
me aman y empujan.
Abajo un tigre descomunal
espera la rabia
la piel fresca del vivo
voy a comerte, dice
recibe lo que te doy
mi memoria
este amor que ha sido mi hambre.
En la soledad de la rutina prosaica
donde el temblor es pecado
el rosillo es un caballo para toda la vida
su carne estremecida, el sudor
acompañan la sangre hasta el final de la ciudad
donde el vicio del aire se apaga.
Cada día un pingo invisible arrea mi sombra
me arma para innecesarias guerras.
Aprendí a andar a caballo en la Pía Margarita
antes nos había corrido un cebú
que salió detrás del tanque australiano
antes incendiamos la casilla.
La eternidad estaba al día.
Pero me dieron un animal
olor de lo vivo y lo divino
nunca más me bajé, esa es mi gracia mayor
aprendí a andar a caballo
para que el miedo no me agarre de a pie.
Un hombre que no recuerda
la cima de su propia montaña
mira el reloj en la pared
y antes de morir pregunta cuál
es el ruido del tiempo cuando acaba.