De "La crecida"
Dejaré la casa de la isla a la mañana
las aguas han crecido durante la noche.
Crecieron con una calma absoluta
sigilosas y oscuras abrieron
las puertas del sueño.
Dejaré los ojos en el borde de la orilla
el cuerpo tendido sobre la arena,
los zapatos flotando junto a cada objeto
que fue puesto allí
con la esperanza de una vida.
Temprano me arrancarán de lo que fue mi casa.
Dejaré la cama tibia y el agua humeante
la voluntad de los que juntan
las redes vacías y luego,
retornan.
Aferrada al mástil del muelle
cansada de esta supervivencia:
apilan los muebles, y el agua crece
suben las ropas, y el agua sigue
se quiebran los vidrios cuando el agua avanza.
Esperamos
mientras la lluvia y el viento
llenan el fondo oscuro del cuenco de la duración.
Las cosas se han echado a perder
los cajones y nuestros días flotan
desfilan delante de nuestros ojos
recuerdos y preocupaciones.
Más allá murmuran la esperanza de que vuelvan,
que regresen las balsas de rescate.
Aferradas al muelle hacemos silencio
sabemos que las olas del río
pueden escucharnos.
Los botes pasan majestuosos
con sillas y colchones a punto de caer,
sobre el destello de la luna
las ranas cantan
el último instante que se agota.
El éxodo sobre el agua
como una imagen bíblica donde algunos
rezan con el pensamiento
y otros con las manos
acarician el rosario de hojas
a través de la corriente.
Los caracoles trepan las varas de las leguminosas
por la ruta verde de sus estambres
buscan la gota que piensan que es la luna.
Los que hallaron un tronco flotante
no saben cómo detenerse
las olas se los llevan, hunden sus cuerpos
ahogan el pedido desesperado de una soga
el grito de sus nombres.
Un dolor trepa por las varas de mi espalda
busca aquella gota que es la luna;
los mensajes del destino se escriben
y se borran
bajo la estrella gris de la sudestada.
De "Diario de la isla"
Los cuerpos desde la ribera
en el reflejo eran árboles,
nubes, trenzas de raíces,
bocas de irupé, sombras de elodeas.
Asomados al atardecer escuchábamos
el canto de amor de las ranas
embarcadas sobre las hojas de los camalotes
ladeando esas diminutas islas
del territorio de nuestro pensamiento.
Los brazos crecieron hasta cortarse
abiertos como manchas sobre los arroyos
buscaron la siesta demorada de la tarde
esa calma donde la ropa flameaba
el color rojo del río.
Desde la vaguada
trajeron tu bote azul
atado, sinuoso por el canal.
Esto fue después del verano
antes de que la inundación me llevara.
El motor de la lancha
fue sofocado
por cada musgo que viste estos árboles
los líquenes que nacen de la ausencia
silencian todo con la canción amarga.
No hay grandes nadadores para el río.
El río traiciona cualquier certeza
esa convicción de que nadando
se puede llegar a alguna parte
o por lo menos sobrevivir
al rigor de la corriente.
Es difícil entender los remolinos
imperceptibles a la mirada de la superficie.
Los que estuvieron al borde de la muerte
conservan visiones de los ahogados
dicen que ahí abajo
puede verse el universo.
De "El desaguadero"
Hay quienes pueden leer el río
contar las historias más aterradoras
predecir el futuro, la creciente, la sudestada
los que vienen remando del otro lado.
Quienes leen el agua jamás se sumergen
saltan de un puente a otro, de una barca a otra
de un muelle a otro, de un tronco a una piedra
y ven el fondo a pesar de lo turbio,
leen el agua y piensan en el fondo
saben que hay más aunque no se vea.
Soltamos amarras
diluidos en la distancia;
el espejo acuático nos devora.
La niebla del amanecer crece
la hora en que el agua parece incendiarse.
Cruje el bote como si viajáramos
en la cáscara agitada de la realidad.
El sudario de la bruma cubriéndonos el rostro.
Cuánto hay más allá de la proa:
acaricio el aire
todo el paisaje me tiene en sus manos.
Durante días esperé la señal
un punto en el horizonte.
Esperé una luz en la noche del río
el indicio de que algo se aproxima.
Tal vez el barco del amor turista
con aquellos que ni bien pisan la isla
se enamoran
y luego la desechan
para odiarla locamente.
Alguien viene hacia acá
tocará tierra cuando caiga la tarde,
todo durará hasta que el viento lo decida.
De "Soñar el agua"
Estoy quieta y estancada
detenida en mitad del río
la braceada y la última toma de aire
se extinguen.
Tengo una mirada a ras del agua:
el horizonte y el mundo son aquellas totoras
no hay cielo, ni pájaros.
En la orilla esperan sus serenas voces
pero nadar, algo en mi cuerpo fue desarmándose,
la única fuerza del oleaje, el único movimiento,
es la brisa sobre el agua,
el agua y las totoras que de allí emergen.
Una hoja atrapada en un remolino
agitándose entre ramajes, sumida en los esteros
enterrada en el arenal, golpeándose entre canoas
la corriente deriva la balsa de mi cuerpo.
Flotar como se sueña con el cauce del delta
huérfano el rumbo, la brújula dañada
el timón fuera de eje
los vestigios de un mapa incomprendido.
Una hoja a la deriva busca en el embalse
la imagen del cielo
y pierde la calma
en el derroche de no haberse encontrado.
De "Las aguas bajan"
Las aguas comienzan a bajar
algunos regresan para encontrarse
con los que no han podido dejar la casa
con aquellos que permanecieron
contando historias sobre los pilotes.
Cada persona hace un repaso
de las cosas que el río ha dejado.
Lo hacen desplazando la vista
de un objeto a otro, tenaces, serios.
Un brazo se extiende para señalar
el desordenado paisaje:
la mesa varada en la entrada del arroyo
sepultados bajo el barro
la calma y un zapato perdidos a último momento.
No sabemos si el río elije lo que se lleva.
Pero yo he escuchado los gritos
de aquellos que regresan
y no encuentran nada.
La crecida dejó sus garras sobre las paredes
el lodo cubrió los muebles, las moscas
están felices haciendo nuevos hogares
en el lodazal de la rivera.
El río prefirió de todos los recuerdos del delta
quedarse con tu canoa.
Cómo habrá sido esa imagen de la canoa azul
subiendo hasta tocar el cielo
soltándose del roble
yéndose sola por las aguas.
La marea en retirada
los ecos de los barcos encallados
la música de las mustias elodeas
tu voz en las brazadas traslúcidas
de los pequeños anfibios
que pueblan la laguna.
Inminente es el riesgo de perecer en la tierra seca.
Lo que se fue
ha sido un ancla perdida
una casa de barro
el velaje del amor a pleno viento.
En este instante comienza otro naufragio.
El sol endurece el lodo
el adobe petrifica los restos y la fiebre
el peligro de precipitarse con las aguas
cuando las aguas bajan.