martes, 15 de septiembre de 2020

Valeria Zurano





Valeria Zurano (Morón, 1975)

Insular, Castelar, Haz de Guía Editora, 2020, libro digital de descarga libre.
















De "La crecida" 


Dejaré la casa de la isla a la mañana

las aguas han crecido durante la noche.

Crecieron con una calma absoluta

sigilosas y oscuras abrieron

las puertas del sueño.

Dejaré los ojos en el borde de la orilla

el cuerpo tendido sobre la arena,

los zapatos flotando junto a cada objeto

que fue puesto allí

con la esperanza de una vida.

Temprano me arrancarán de lo que fue mi casa.

Dejaré la cama tibia y el agua humeante

la voluntad de los que juntan

las redes vacías y luego,

retornan.







Aferrada al mástil del muelle

cansada de esta supervivencia:

apilan los muebles, y el agua crece

suben las ropas, y el agua sigue

se quiebran los vidrios cuando el agua avanza.

Esperamos

mientras la lluvia y el viento

llenan el fondo oscuro del cuenco de la duración.

Las cosas se han echado a perder

los cajones y nuestros días flotan

desfilan delante de nuestros ojos

recuerdos y preocupaciones.

Más allá murmuran la esperanza de que vuelvan,

que regresen las balsas de rescate.

Aferradas al muelle hacemos silencio

sabemos que las olas del río

pueden escucharnos.








Los botes pasan majestuosos

con sillas y colchones a punto de caer,

sobre el destello de la luna

las ranas cantan

el último instante que se agota.

El éxodo sobre el agua

como una imagen bíblica donde algunos

rezan con el pensamiento

y otros con las manos

acarician el rosario de hojas

a través de la corriente.








Los caracoles trepan las varas de las leguminosas

por la ruta verde de sus estambres

buscan la gota que piensan que es la luna.

Los que hallaron un tronco flotante

no saben cómo detenerse

las olas se los llevan, hunden sus cuerpos

ahogan el pedido desesperado de una soga

el grito de sus nombres.

Un dolor trepa por las varas de mi espalda

busca aquella gota que es la luna;

los mensajes del destino se escriben

y se borran

bajo la estrella gris de la sudestada.








De "Diario de la isla"



Los cuerpos desde la ribera

en el reflejo eran árboles,

nubes, trenzas de raíces,

bocas de irupé, sombras de elodeas.

Asomados al atardecer escuchábamos

el canto de amor de las ranas

embarcadas sobre las hojas de los camalotes

ladeando esas diminutas islas

del territorio de nuestro pensamiento.

Los brazos crecieron hasta cortarse

abiertos como manchas sobre los arroyos

buscaron la siesta demorada de la tarde

esa calma donde la ropa flameaba

el color rojo del río.








Desde la vaguada

trajeron tu bote azul

atado, sinuoso por el canal.

Esto fue después del verano

antes de que la inundación me llevara.

El motor de la lancha

fue sofocado

por cada musgo que viste estos árboles

los líquenes que nacen de la ausencia

silencian todo con la canción amarga.








No hay grandes nadadores para el río.

El río traiciona cualquier certeza

esa convicción de que nadando

se puede llegar a alguna parte

o por lo menos sobrevivir

al rigor de la corriente.

Es difícil entender los remolinos

imperceptibles a la mirada de la superficie.

Los que estuvieron al borde de la muerte

conservan visiones de los ahogados

dicen que ahí abajo

puede verse el universo.








De "El desaguadero"



Hay quienes pueden leer el río

contar las historias más aterradoras

predecir el futuro, la creciente, la sudestada

los que vienen remando del otro lado.

Quienes leen el agua jamás se sumergen

saltan de un puente a otro, de una barca a otra

de un muelle a otro, de un tronco a una piedra

y ven el fondo a pesar de lo turbio,

leen el agua y piensan en el fondo

saben que hay más aunque no se vea.








Soltamos amarras

diluidos en la distancia;

el espejo acuático nos devora.

La niebla del amanecer crece

la hora en que el agua parece incendiarse.

Cruje el bote como si viajáramos

en la cáscara agitada de la realidad.

El sudario de la bruma cubriéndonos el rostro.

Cuánto hay más allá de la proa:

acaricio el aire

todo el paisaje me tiene en sus manos.








Durante días esperé la señal

un punto en el horizonte.

Esperé una luz en la noche del río

el indicio de que algo se aproxima.

Tal vez el barco del amor turista

con aquellos que ni bien pisan la isla

se enamoran

y luego la desechan

para odiarla locamente.

Alguien viene hacia acá

tocará tierra cuando caiga la tarde,

todo durará hasta que el viento lo decida.








De "Soñar el agua"



Estoy quieta y estancada

detenida en mitad del río

la braceada y la última toma de aire

se extinguen.

Tengo una mirada a ras del agua:

el horizonte y el mundo son aquellas totoras

no hay cielo, ni pájaros.

En la orilla esperan sus serenas voces

pero nadar, algo en mi cuerpo fue desarmándose,

la única fuerza del oleaje, el único movimiento,

es la brisa sobre el agua,

el agua y las totoras que de allí emergen.








Una hoja atrapada en un remolino

agitándose entre ramajes, sumida en los esteros

enterrada en el arenal, golpeándose entre canoas

la corriente deriva la balsa de mi cuerpo.

Flotar como se sueña con el cauce del delta

huérfano el rumbo, la brújula dañada

el timón fuera de eje

los vestigios de un mapa incomprendido.

Una hoja a la deriva busca en el embalse

la imagen del cielo

y pierde la calma

en el derroche de no haberse encontrado.








De "Las aguas bajan"



Las aguas comienzan a bajar

algunos regresan para encontrarse

con los que no han podido dejar la casa

con aquellos que permanecieron

contando historias sobre los pilotes.

Cada persona hace un repaso

de las cosas que el río ha dejado.

Lo hacen desplazando la vista

de un objeto a otro, tenaces, serios.

Un brazo se extiende para señalar

el desordenado paisaje:

la mesa varada en la entrada del arroyo

sepultados bajo el barro

la calma y un zapato perdidos a último momento.

No sabemos si el río elije lo que se lleva.

Pero yo he escuchado los gritos

de aquellos que regresan

y no encuentran nada.








La crecida dejó sus garras sobre las paredes

el lodo cubrió los muebles, las moscas

están felices haciendo nuevos hogares

en el lodazal de la rivera.

El río prefirió de todos los recuerdos del delta

quedarse con tu canoa.

Cómo habrá sido esa imagen de la canoa azul

subiendo hasta tocar el cielo

soltándose del roble

yéndose sola por las aguas.








La marea en retirada

los ecos de los barcos encallados

la música de las mustias elodeas

tu voz en las brazadas traslúcidas

de los pequeños anfibios

que pueblan la laguna.

Inminente es el riesgo de perecer en la tierra seca.

Lo que se fue

ha sido un ancla perdida

una casa de barro

el velaje del amor a pleno viento.

En este instante comienza otro naufragio.

El sol endurece el lodo

el adobe petrifica los restos y la fiebre

el peligro de precipitarse con las aguas

cuando las aguas bajan.