viernes, 15 de mayo de 2015

Patricio Torne



Patricio Torne (Santa Fe/San Luis), Materialismo dialéctico, Deacá, Villa Mercedes, 2013.

Colaboración de Nancy Toselli.





















Un paraguas pasa dando vueltas frente a tus narices y el primer impulso es 
provinciano –criollo chauvinista, diría Macedonio, estirar tu brazo, sujetarlo y 
devolverlo a quien, se supone, corre detrás de él empapado en la llovizna. Pero 
te detienes a tiempo. Das en la tecla: ¿a quién le importa la pérdida de un 
paraguas en el primer mundo?


Con Notre Dame sobre tus hombros, hay que cambiar de estilo para no mostrar 
la hilacha. 















A la buena de Dios quedó mi corazón cuando nos despedimos. Esto no es más 
que una manera de decir, porque en esa despedida Dios me estaba
abandonando. 


A la ausencia de Dios, mi corazón.
Ya nada más que celebrar.
Nuestro último oficio. Ni un beso tuvo que venga a sostenerlo en el dolor de la 
memoria.
A la buena de Dios, diría mi madre.
A la ausencia de Dios, mi corazón.















A la luna la bajamos a garrotazos. No debimos haber gritado tanto (las bestias 
tienen el sueño sutilmente liviano). 


El disco cayó a las aguas, con la maldición a cuestas. Un chasquido musical 
devoraba su luz ante nosotros. Rostro al fango, la luna de verano. 


Algo de idiotez en la inocencia nuestra debe haber habido. 


Desnudos, fuimos a rescatar del fondo aquel trofeo nocturno. 


Nadar y zambullirse. Nadar. Nadar. 


Una vaca, en la defensa, era arriada por alguien que más tarde sería tía 
política. Los ojos de ese animal, inmensamente serenos y aburridos, también 
maldecían la escena –Maxi profetizó la venganza de aquellos ojos.
La mujer, sin embargo, se contentaba con la anécdota que su ignorancia 
vulgarizaría en los relatos. 


Mucho tiempo llevó comprender que la venganza sería tan sincera como brutal. 
Al golpe lo asestó en el justo lugar donde en uno moriríamos todos.