lunes, 31 de agosto de 2015

Marina Serrano





Marina Serrano (Quequén/Olivos, pcia. de Buenos Aires), Segunda fundación, Cabiria, Buenos Aires, 2015.



























I

Bulgaria es una historia.

      Delgada y morena juega con piedras
      eleva en oración restos de loza: todo lo que se quiebra
     –y es vida– corre a las manos brutales, ásperas, escondidas
en lo profundo
de Bulgaria

     se recoge el pelo
deja la nuca al viento en un lugar cualquiera
que nada representa
sino Bulgaria,

eso le viene a la cabeza,
Bulgaria
con piedras en las manos.








II

Yo, para tener una vida –dijo
la mujer que deja restos calcáreos en su derrota,
gotosa falange
lloradora de piedras–
para tener una vida
voy a esperar,
–brutal y morena, oscurecida bajo los talones–
los mismos acantilados
pueden echar soga entre las cosas.

Bulgaria,
de algún modo, siempre es esperanza. 









VI

Si llueve, y ella dijo que sucede a menudo
en Bulgaria, llueven flores amarillas,
no mentiría acerca de algo tan importante:
–la espora de mi primordio
fue una flor
que llovió en Bulgaria.

Las otras lluvias
de los otros mundos
perecen envidiar:
recostadas, alcantarillas mediocres y caminos,
suben por los techos para florecer, con su raíz
de piel.

Hay tormenta, el día es casi una tarde, y salgo a la calle:
llueve un mar de flores amarillas.









XIII

No hay paisajes lógicos en Bulgaria,
no hay lógica en ningún lugar
sino un absoluto parecido.

Sentir, aunque crea
pensar:
                Nadie conoce a nadie –hasta que amanece
                no hay imágenes en la ventana, y Bulgaria
                puede ser
                un hermoso camastro– y nuestros hijos
                hijos de la piedra,

porque no hay
más que piedras
en Bulgaria,
recuerdo de heladas y cardos azules
con flores
que nadie ama.  









XIV

¿Es posible la desilusión?
Ya te lo dije: no hay más que piedras en Bulgaria.

















sábado, 29 de agosto de 2015

Clara Muschietti





Clara Muschietti (CABA), Podría llevar cierto tiempoBajo la Luna, Buenos Aires, 2015.


















El llanto de un animal no me deja
se filtra desde algún departamento vecino
miro el monitor, paso una y otra vez las imágenes
prácticamente iguales, una cara de mujer madura
la diferencia es una mueca casi imperceptible
el llanto del animal es más fuerte
me asomo al pulmón del edificio y no se ve nada
se escucha el llanto agudo
vuelvo a mi silla y miro la cara
paso las fotos de nuevo y no me doy cuenta
si es mejor que sonría apenas
me paro, me estiro y el llanto del animal marca el ritmo
miro la cara desde donde estoy
qué raro, desde lejos cambia, la mirada parece amenazante
vuelvo a la silla, perdí el rumbo del día número 7 del mes número 6
no almorcé y ya es tarde para hacerlo, tendré que asumir que este día
tendrá una comida menos
y un factor externo clavado en el centro,
vuelvo al pulmón
me asomo
el viento me confunde, no sé ni siquiera
desde qué lado viene el llanto
alguien grita que callen al animal
el animal deja de llorar durante unos segundos y aúlla con fuerza
suena el teléfono, atiendo
mi madre me pregunta cómo estoy y se horroriza por el llanto
propone que hablemos después, corta
antes dice: pobre animal y no sé qué del mundo
cierro los ojos y la cara de la mujer aparece intacta en mi memoria,
ya está, ya es parte de lo que voy a recordar
me siento al borde del pulmón
acompaño al animal, pienso si estará atrapado,
sintiendo dolor físico o simplemente solo
suena el teléfono de nuevo pero no atiendo
voy a la cocina, enciendo la hornalla
miro el fuego, el animal deja de llorar de golpe
apago y me arrepiento
que venga un resplandor, que venga ahora,
pasan las horas y a veces
es difícil organizarse.













Los aeropuertos lejanos, extranjeros, me hacen sentir que la vida está en pausa, que no hay peligro, que no importa bien adónde se esté, que no importa bien cómo se esté, que no importa tener. Que absolutamente todo se termina, y que eso es saludable.












La psicóloga me dejó esperándote para no subir conmigo y tener que bajar por vos después. Ella hizo un gesto así, como de sostener. Trabé la puerta con mi pie, la pesada puerta de madera maciza. La sostuve los diez minutos que tardaste en estacionar. Sostener, sostener, sostener. Cuando la vida se pone literal lo que siento es desconfianza.












Yo le dije que gritó tan fuerte que despertó a todos. Ella se rió porque no se acuerda. Le comenté del miedo que me produjo. Ella dice que quizás lo soñé.

















viernes, 28 de agosto de 2015

Romina Funes



Romina Funes (CABA), Todo el paisaje a la sombra, Lamás Médula, Buenos Aires, 2015.





















 








Las chapas de la habitación
elevan mi cuerpo

a puro tajo contra las paredes
lo hacen llegar hasta arriba
y desde allí lo sueltan

el juego se repite una y otra vez
pero lo grave no es eso

lo grave es que no muero.








 




La parte visible
opaco ya el circuito
áspero
esa carne de sangre
viva      seca
esa carne sangre
brecha de mí

soy uno de esos animales
que despellejan vivos
para utilizar su piel

vos lucís el abrigo.






 






Una hoja de menta
silba el nombre que nos contiene

dentro del cubo negro
la hoja    sorda todavía de piel    crece

somos la mitad de la visión      te digo
mientras palidecen y mueren
alrededor de la maceta
aquellos que no pudieron con nosotros

muerdo tus labios y muerdo la hoja:
debajo brilla      excesiva e inmune       la raíz.








 




En la tarde de las pequeñas gotas
aprieto el racimo

¿dónde comenzó?
¿cuándo fue?
¿cómo era?

aquí     sobre mi espalda
en el punto exacto
en que la flor te arrolla con su autonomía
y nos maravilla la precariedad en el gesto
la imagen completa en un punto
mis piernas      que abren de par en par sus tejidos
y embisten a los pescadores para elogiar la noche.







































































jueves, 27 de agosto de 2015

Diego Bentivegna



Diego Bentivegna (CABA), La pura luz, Cabiria, Buenos Aires, 2015.

























De "La loca croata" 


[...]

(Al salir de Istria).


Como de las ventanas de los trenes que salían de Zágreb
en las madrugadas eslavas, que salían de Búdapest
en las noches melancólicas magiares,

como en las formaciones que partían
en las mañanas heladas de la estación de Trieste
de las cuevas de hierro de Údine o Milán,

ahora yo ya no veo
nada de ciudad desde los rieles:

solo unas tapias marrones, unos ranchos
que se fugan por el borde de la vía;
muros sin revocar,
obras en construcción, ladrillos,
montículos de arena, sacos
de cal, cemento;
óxido, carteles, autos
volcados por los que asoma el pasto
que crece entre los hierros;


una retama que se dobla con el viento,
un tallo que persiste en un paisaje
de Marte, en un desierto.

Porque están todos muertos
yo me visto de negro.
O tal vez sean ellos, mis difuntos, 
los que dejan por las noches
en mis cestos
su ropa oscura. 











Yo no tengo otra cosa que ponerme
que no sea mis polleras oscuras,
mi ropa negra.
Tengo además un pañuelo gris:
con él me cubro el pelo,

lo llevo incluso en verano,
y estoy en una aldea de Sicilia,
y estoy en los caseríos
de los Apeninos o los Prealpes
donde vivieron los hermanos,
y estoy en un pueblo polaco de judíos:

atravieso esos lugares marrones
sobre mi carromato. 











Desde el vagón veo cómo pasan
las cosas por el borde;

acaso no sean ellas, o sean sus imágenes.
No las puedo tocar, apenas puedo
verlas: el pasto amarillento,
las familias de perros,
la pelota que patean las criaturas,
el agua abandonada, el árbol
doblado, que no sé distinguir
con un nombre

-(¿un limonero?
¿un árbol de naranjas?
¿una planta de limas?)

un tronco
vencido por el peso
de su fruta o la lluvia-






un ómnibus quemado,

una iglesia evangélica, las primeras

vacas de la llanura
silenciosas y quietas, vacas sabias,

un carro con su carga tirado por caballos
entre las zanjas muertas. 








Me cubro toda de negro.
Yo no tengo otra ropa,
no tengo otro vestido.

Sólo esa ropa negra: se confunde
muy fácil con los trapos
que recojo a la tarde, en los campos baldíos,

entre las cosas que la gente tira a la basura,
lo que se junta
sin la menor piedad
en las esquinas.

Una sustancia simple, la materia
desnuda, los restos,
las cosas, los objetos. 
Me voy armando así,
con estos puros trastos






Unos cuantos minutos
de tren y se abre el campo:

un llano luminoso que en verano
es un pueblo movedizo de luciérnagas,

un plano en el que juegan los conscriptos
batallas falsas, guerras de juguete.

Campo de Mayo. Chingolo. La Tablada.

Voy en el tren y escucho
de repente el ruido de la guerra, las balas,
los cañones,
el canto de los pájaros como en Europa
en la llanura fúnebre, 
los helicópteros con su vuelo de pájaro rasante,

los chicos que descasan en la tierra.






Me visto toda de negro,
soy la loca croata;

me muevo como un zombi por el barrio.

Puedo rezar por horas,
desgranar el rosario en croata,
en griego, en italiano.

Rezo ante un Cristo
tallado con cuchillos en madera:

mi Cristo roto cubierto con un trapo.




[...]

















miércoles, 26 de agosto de 2015

María Lanese



María Lanese (Italia/Rosario, Santa Fe), Ancora, edición bilingüe, Huesos de Jibia, Buenos Aires, 2014.


Colaboración de Jorge Santkovsky.














Mundana

I


Vive de señas
habla en tonos de agua
decora su mirada
sembrando agujas.
Habita algunos propósitos.
Cruje a veces
cediendo lugar
dejándose acunar por el mundo.



II


Redime sus intentos
con parábolas sin voz.
El pasado alude entonces
a algún vértice impreciso.
Se desvive.
Suele dejarse llevar
por un mundo en espera
habilitando ensayos
entre una sed y otra sed.

 






Mondana

I

Vive di segni
parla nelle tonalità dell’acqua
abbellisce il suo sguardo
seminando aghi.
Abita su alcuni scopi.
Scricchiola a volte
cedendo spazio
lasciandosi cullare dal mondo.

II

Redime tutti i tentativi
con parabole mute.
Il passato rimanda, allora
verso qualche vertice impreciso.
Si prodiga.
Si lascia portare, a volte
da un mondo in attesa
abilitando saggi
tra una sete e l’altra.























































martes, 25 de agosto de 2015

León Romero




León Romero (Mar del Plata), La máquina de vivir, El Ojo del Mármol, Buenos Aires, 2014.
























Dormir, 
que el cuerpo olvide 
salir hasta la orilla 
donde todavía hay niebla 
irse lejos 
ser anónimo 
ignorarlo casi todo 
para olvidar esa tristeza 
que vive en las cosas grandes.












Los ruidos de la noche se extienden y se pierden 
como el golpe de un palo sobre el cuero de un tambor; 
afuera peligra el mundo sin nadie que lo use. 
La ciudad ha roto su collar de transeúntes 
y parece frágil, como un nido en el hombro de una estatua. 
Cuando las ventanas encaucen el alba, 
este fantasma colectivo recobrará su maquinal rutina 
de signos y valores. Yo, que ahora estoy despierto, 
¿quién soy mientras veo cómo se forma la ciudad?












R.I.P.

Ni el ruiseñor de Keats 
ni el último lobo de Inglaterra 
decoran estos arrabales. 
Aquí, una flota de moscas kamikazes 
y una jauría de perros que aúllan en la calle 
se mezclan con el ruido 
que hace tu pequeño ratón blanco 
rascando en la viruta. 
Lo miro mientras fumo y tomo whisky 
con la ventana abierta, 
pensando en qué hemos hecho mal. 
Vos dormís, en una cama improvisada; 
has engordado, al igual que mi amor, 
que los tatuajes de tu piel, 
que esa vieja remera que usás 
cuando querés que las cosas se arreglen. Pero este silencio 
es necesario para que sigamos unidos, 
para que entendamos que el futuro 
siempre llega cuando muere alguien.












Si los animales hubieran anticipado la tormenta 
habríamos podido salvar lo puesto 
para que la desnudez de pronto no fuera una cosa tan fría. 

Si hubiéramos sembrado en el camino señales 
no estaríamos perdidos en una noche tan larga, 
donde no nos reconocemos a menos que gritemos de cerca. 

Tarde o temprano, el último de nosotros 
habrá de recordar que estás cosas ocurrieron. 
Pensará, “así tenía que ser”, 
porque hay un destino o porque las dijo un dios. 
Qué importa sufrir ahora, me digo 
si será mi cuerpo polvo o un árbol en flor.




















lunes, 24 de agosto de 2015

Sebastián Hernaiz





Sebastián Hernaiz (CABA), El prejuicio del sexo, Vox, Bahía Blanca, 2014.





















Asado
 
Parece domingo
en la mesa de asado a las cinco de la tarde, se hace atardecer
este mediodía extendiéndose.
Voces conversan,
atardece, domingo
en mesa de vinos, parece continúa
en carne fría, mayonesas. La charla
se agudiza en lo que hoy de los setenta
todavía, y en lo que hoy de hoy no aún pero la carne está
feteada en tabla de madera
y todavía hay coca y ron y whisky
para acompañar la picada.















Repelente
 
No hay mosquitos en el Tigre. El río
está bajo, hace días que no llueve.
Nos sorprende
en nuestras pieles lechosas
el sol seco de media tarde. De nada
nos protege el repelente, la piel
pica de mera incomodidad con el mundo.
Somos adictos a un par de alicientes. Las mujeres,
la mujer, noches ebrias, dos canciones.
No hay repelentes que resistan
al precipitado pasar del día a día. Va a llover pronto,
el río va a crecer. Vamos a quedar por siempre
en esta piel, en esta isla que late.

















Separación
 
Y ahora qué hago con las cosas
como la forma en que guardabas las galletitas
para que no se me humedecieran, con la forma
en que cuidabas que hubiera siempre
agua en la heladera. De sed se agrieta el mundo:
el agua tibia de la canilla deshidrata, me seco
ahora, con las botellas tiradas en cualquier lado,
las galletitas humedeciéndose porque no sé,
no sé. Me evaporo.
Una chica tiene que ser muy linda
para saber guardar con gracia galletitas.





















domingo, 23 de agosto de 2015

Aixa Rava



Aixa Rava (Tierra del Fuego/Buenos Aires), Barda, Buenos Aires Poetry, Buenos Aires, 2014.





















Corazón de aire

Mamá hace pan
como yo dibujo con crayones la pared
—así de fácil 
como mi hermano ríe 
desde la cuna cuando la ve 
—así de natural 
como si fuera panadera 
y no maestra. 
Gira la masa, 
la dobla sobre sí misma, 
engendra un corazón de aire 
y lo presiona 
con la intensidad de una caricia.

La mesada se templa para recibir la harina, 
dan ganas de acostarse encima 
con la panza desnuda
—la tibieza del pan se huele cinco horas antes. 
Mamá hace panes trenzados, 
como varas, como hogazas, 
con cruces o rayitas, 
panes integrales, 
de leche, con semillas 
y agua de azahar para las Fiestas. 
Nunca le salen igual —eso ya es regla—
“a ojo” siempre dice 
y todo, todo le queda tan rico.

Cuando los bollos están 
engordando bajo el repasador 
y se renueva la advertencia de no entrar 
a la cocina, yo le voy avisando a mi estómago 
que se prepare. Con Tatung no nos alejamos 
ni dos pasos de la mesa.










Mandala

Pintar la flor antes de la curva.
La flor, la curva.
Una curva es una vuelta 
una esquina es una curva.
En una esquina te encontré
—en esa vuelta curva del tiempo—
fui la flor
y vos la curva.










Desterrados

Un momento que parecía irrepetible 
embriaga el estómago con su vaivén.

No podemos esperar un giro 
una migración 
la estación señalada.

No somos golondrinas 
como creímos.















sábado, 22 de agosto de 2015

Liria Evangelista





Liria Evangelista (CABA), Niña soviética, 2a ed., Borde Perdido Editora, Córdoba, 2015.























como si fuera el gesúbambino el cristo niño de mi abuela

fuente de amor inagotable

así

solía aparecerse lenin en el patio de mi casa

momia de yeso hecha aire que había volado desde el Kremlin

vladimirilichulianov se erguía enhiesto y ruso

 sobre la mesa del patio



no tenía corona

ni manto de terciopelo ni un rosario envolviéndole las manos

venía en cambio

reluciente y nevado

el gorro de piel apuntando al cielo

tenía el dedo levantado 

como un sol de noche ese dedo

era luz de todas las cosas

resplandor que quemaba nuestros rostros

trémulos de dicha y de materialismo histórico

ese dedo

iluminaba el gomero y la tortuga

la ropa puesta a secar que se mecía con el viento

en la llamarada de la tarde





papá y vos extendían sus mamelucos engrasados

olorosos de sudor obrero y bolchevique

para que el divino los pisara

para que dejara su estela inmaculada y roja

sobre la tela áspera



él

luciérnaga de la revolución socialista

 acariciaba nuestras cabezas murmurando tovarichtovarich

rabotnikrevolyutsiyasotzyalismmir



y nosotros en éxtasis

                   transidos

aunque ignorantes de esa lengua lo entendíamos todo



 esa era la esencia del milagro

la luz verdadera del internacionalismo proletario





 


una tarde en la que el sol estaba tan rojo como bandera del proletariado


yo quise saber


quise escuchar la verdad más absoluta sólo de su boca


 


me arrodillé (padrecito padrecito)


alcé mi rostro hacia él como quien mira a un santo


hambrienta de su voz               de su palabra


ávida de catecismo   hijita de la revolución  


 


y pregunté:


................................................................


................................................................


 


 


 


krasivayadevushka   me dijo


sobre mí se inclinó (dochdochdoch)


su aliento que estaba oliendo a muerto


lengua martillo lengua hoz


mnogosmertkrasivayadevushka  susurró


mucha muerte hijita mucha muerte


y apoyó su mano helada en mi mejilla


 


 


 











perdí esa voz perdí la infancia y las tablitas sedosas de mi vestido anaranjado

las teclas de mi piano la luz exacta de ese río el azul de sus ahogados

la punta gastada de mis zapatos blancos botoncitos pasos hacia vos

que esperabas de mí

todo movimiento

mi dedo húmedo pasando las hojas de los libros que me diste: todos.

eso perdí

el algodón con la primera sangre de los once

¿qué más puede perderse en este mundo?














¿Acaso alguien había sabido en Parque Chas que el ángel de la historia



espiaba en el cajón de los cubiertos

contaba cuchillos tenedores cucharas

lavaba los platos escuchando nuestras voces

o se quedaba escondido abajo de la mesa

abrigándose del frío con el mantel de hule?



otras veces sus alas hacían un ruido raro

y yo pensaba que había cadáveres y vampiros

durmiendo en la bañera

ahora sé que era él



vigilando

cuidando de nosotros





sus alas nevaron de dolor el mundo





los huracanes le arrancaron una por una las plumas de su ala

lo fueron desmembrando

y al final –delicado–

lo posaron en la palma de mi mano

bolita blanca  gota de lluvia

y aquí lo guardo todavía

como terrón de azúcar   caramelo derretido





 (ángel de la historia grasita y cabeza

angelito que andás por los cielos



vos y yo somos

guardianes de los sueños

vigías de catástrofes

hijos bastardos

de todos los sufrientes)















lo que aparece a veces por mis sueños:







un lodazal de Stalingrado

el patíbulo en el que murió Fucik

el perfil de Largo Caballero

la trenza de la Pasionaria

la soga con la que se colgó Marina Tsvetáieva

–y de ella veo el perfil de su zapato el tacón gastado:

cariño mío qué alegría

hasta que el alba alcance a la siguiente

(y son sus voces las que escucho

     aquí mis sueños son apenas ecos de sus ecos)





a veces aparecen

la cabeza ensangrentada del Chacho Peñaloza

el útero canceroso de Eva Perón

el olor de la sífilis que mató a Belgrano

la carne blanda de Osvaldo Lamborghini

una letrina en el Olimpo



deshechos



por mi casa pasa el río marrón

las barcazas enormes donde humean

los huesos de los que alguna vez vivieron    



todo eso sueño a veces

el mapa ciego de la historia

su pilón de excrementos



sueño con lo que el tiempo fue desintegrando
















las voces iban esculpiendo el mundo

me revelaban la forma pétrea de la historia

su santoral:

manual de la academia de ciencias de la urss



el mate ya tibio sobre la mesa de fórmica

y ahí iba la mía voz como pimpollo

fresquita como rocío de mañana



el comunismo se propone dar satisfacción completa

a todas las necesidades de los hombres





¿iba a saber yo del lodazal helado de Siberia

(vivimos sin sentir el país a nuestros pies

había escrito Mandelshtam)

¿iba a saber yo de la mujer que masticaba versos

hasta hacerlos bolo fecal memoria incandescente?

(el mar se aleja de mi el mar se aleja a dormir

Maiakovki hacía astillas de su cabeza calva)



qué poco iba a necesitar yo

al final

cuánto  pero cuánto

iba a ser lo que no tuve