Liliana Lukin (Buenos Aires, 1951)
Como se lleva a un niño, Florida, Wolkowicz Editores, 2020.
1
He visto dos veces trabajar a la muerte ante mis ojos:
la primera en el rostro de mi hermano que se iba
hacia atrás, adentro, al fondo, sin habla, pura máscara
de lo que queda todavía.
La segunda es mi vida, mi otro en el amado que retira
su voluntad leve y lentamente, que regresa a sí mismo,
y como una tormenta en el mar, se va,
cansado avisa que se va.
Y así estamos, ella nos canta su canción
que no escuchamos, y a pedacitos arrancamos
carne para morder
de esa turbia melodía.
3
Vuelvo a escuchar música, que grababa para mí, vuelvo
antes de saber que es al año cuando prescribe la prohibición.
Siempre mi medida adelanta, sobra, rebalsa de las Escrituras,
que desconozco.
Mi dolor no tiene
tradiciones.
5
Cambiar las sábanas es como limpiar el piso:
nuestro yacer juntos deja sus restos como el caminar
deja su marca, y el polvo que se acumula en el suelo
es hermano de los olores y rastros que la cama guarda para lavar.
Cambiar las sábanas es ver la sombra
de lo hundido por el peso de nosotros,
los cuerpos casi siempre en el mismo lugar.
Lo que nunca se fue es un regalo del pasado.
10
Cada vez que hablo de la muerte me quedo
sin voz, sin palabras me quedo, afónica
otra vez y otra vez y otra vez.
Así hasta que estoy llena, plena, de vacío.
Cada vez que hablo de tu muerte
te trago en un hilo de aire, me ahogo de ese saber inconsútil,
constructivo de un consuelo inútil como el olvido.
“Digan lo que digan, yo sé”, decía él, y esas voces
que vuelven de modo aleatorio no hacen
menos amable lo que fue su vida.
Me visto con sus camisas como si lo llevara puesto,
mi doble, superpuesta piel, y eso me da alegría.
Me desvisto de todo, uso el despojador de vidrio y tiro
anillos, aros, mi consistencia metálica, casi mis prótesis: desnuda
me envuelvo con su bata, me siento a trabajar,
me quedo quieta, quieta, en él, con él,
y aunque estoy en este mundo, el adjetivo no es “mío”,
ni el verbo es “soy”, ni el pronombre es “yo”.
20
Comprender que sólo el resplandor de una imagen
puede traer una cadena de recuerdos,
y que una idea es más recordación que una imagen:
–he aquí la tristeza–.
Nada carnal vuelve ya en el aire que respiro,
como si una red finísima de delicadeza infinita
mantuviera alejado de mí aquello
–que he vivido–.
Él es más fragmentos de reflexión sobre el vacío,
escenas de su tránsito, actos que lo describen,
que una boca, una piel, un modo de aparición
–de la ternura en los cuerpos–.
Esta escritura ha elegido protegerme:
escribo estos poemas para no olvidar, pero pongo
mis manos en su nombre, en lugar de ponerlo entero
–entre mis manos, frente a mí–.
22
Espantar el fantasma de las comparaciones:
con la mano derecha en el aire, la de escribir,
la de dar, hacer movimientos lentos,
empujando suave sus formas de irrumpir.
Pero nada se compara: fue
en un tiempo inexistente
un vivir inolvidable.
Lo parecido es solamente la luz.
31
Me dicen que no hay,
en mi escritura,
redención
desplazo la melancolía
como si fuera
un valor degradado
yo hablo en la lengua
para la que el futuro
está detrás y el pasado delante:
en la sintaxis, el concepto, la gramática,
esa lengua que no aprendí
habla por mí.
33
La ausencia, esa emoción sin cuerpo,
es una tabla lisa para deslizarse, rasgando
la piel con las astillas
que sorpresivamente aparecerán.
Todavía no he visto nada, me dice sonriendo, y esa
promesa no me asusta porque quiero más: pájaros
de la cabeza, el pasado bate alas como susurros al oído,
y yo registro entresueños:
olvidarlo todo para recordarlo
todo, olvidarlo todo para recordar.
39
Las palabras que no se dicen son más audibles que los hechos
y los hechos, más fuertes que las palabras, pero cuando escucho:
U halaj l’olamó y sé que “él se fue a su mundo”,
es que algo lo sobrevive, y cuando dicen
Parjá nishmató y sé que “él murió asombradísimo”, ese saber
no se termina, ni atenúa la imagen de su andar suave hacia un lugar
que no es acá, ni soy yo: amor, ninguna historia
se termina con una última palabra.
Las frases en cursiva corresponden a:
Poema 31:
En la estructura del idioma hebreo bíblico, no existe la diferencia tajante entre
el tiempo pasado, presente y futuro. Ambos viven en la radical temporalidad de
la unidad del instante del ya y el aún (Leo Senkman dixit).
Poema 33:
Titulo de un libro de R. Fogwill.
Frase del psicoanálisis, por Nicolás Rosa.
Poema 39:
Del hebreo bíblico, de uso tradicional ante una muerte.