Dolores Etchecopar (CABA), El cielo una sola vez, Hilos, Buenos Aires, 2016.
mi
vida como liebre lleva una bala
está
en apuros y mira
entre
las margaritas aplastadas y el granizo
cómo
levanta el día sus alas de la hierba
en
este punto de la llanura que desaparece
entre
el miedo y la luz
donde
el árbol solista canta muy despacio
y si
ya no fueran sustento
estas
flores por desventura
si el
temblor de las hojas del tilo
ya no
fuera sustento
si a
partir de ahora
el
aire que respiro
solo
se desconsolara no se encaminara
al
canto de salutación
si
así resulta
si
nada cuenta como abrigo
a la
fragilidad de una gramática
si el
rumor del bosque
da
muerte a su animal
si
así fuera perder pie
el
pie iluso
y el
otro sin nacer
pasos
que desafinan el mundo
sobre
una casa anegada
si
así fuera vivir
un
viraje en mi respiración
de
allí me arrancaría
por
amor a un sonido
primero
y último sonido
de un
alfabeto que insiste
en
mover la arena de los vestidos
donde
un niño ha llorado
de
allí me arrancaría girando mis almas
hasta
vaciarlas de toda espera
hasta
el vacío que renueva
los
tesoros sin habla de la noche
acaban
de llegar tres palabras
como
tres pájaros se detienen
sobre
la página blanca
miran
a su alrededor por si algún peligro dictara huir
yo
tomo la distancia necesaria para no espantarlas
las
escucho crepitar de una nada a otra nada
tres
palabras respiran fuera de alcance
lo
que dicen se escabulle en el temblor de la tarde
premura
de vida y muerte tienen sus alas-sílabas
la
exacta velocidad del colibrí mientras liba
el
néctar de su abismo
al
alba mataron una oveja los palos de la casa
tan
pronto dimos a luz el grito
dentro
de él comenzamos a vivir
se
mataba cerca del agua que bebían los pájaros
¿te acuerdas?
algo
imperioso que no existía
una
gota de odio
descendió
horadó
la gratitud
vimos
las patas del poema
quienes
por un instante caminamos
sin
defendernos del secreto infinito
quienes
vivimos allá
en el
viento
en su
breve misericordia
¿te
acuerdas?
vivíamos
con
algunas moscas
y un
silencio en el corazón
que
provenía de los caballos
una vez
escuché a la niña
inca detenida en la montaña
sostuve su pequeña mano en la mía
su mano tocaba la hierba de un reino
y la posé sobre mi pecho
cada cosa anhelada irradia un silencio que protege
me fue concedido sostener una
pequeña mano
en las sombras de la montaña
y cantar lo inusitado
lo breve de un cielo
que se espanta con el pensamiento
el
hachazo no se vio
entró
por las hojas y los pájaros
el
grito destemplado del chimango
durante
años y sin darse a conocer
alguien
le dejó su sangre intranquila
es mujer dijeron
sorprende
que así
toreada
por la muerte
se
sostenga
su balido de oveja negra urgido a salir
por la boca del matarife