Laura Wittner (CABA), La altura, Bajo la Luna, Buenos Aires, 2016.
La niebla
En posición ante la pista de despegue
todo el espacio y la fuerza disponibles
y esas luces, la voluptuosa sugerencia
de que brillen aun de día, a los costados,
indicando el camino hacia el instante
del ultimísimo contacto terrenal.
Detrás el aeropuerto; más atrás
cierta formulación de calles
por las que se reparte lo que hubo:
delante algunos metros de visibilidad
y ya el inmenso borrón de la niebla.
Aerosilla
Flota sobre el silencio de maleza
prende un cigarrillito y va subiendo.
No existe más allá de ese chirrido
intermitente, del bamboleo mareado
en dirección al cielo. Los pies
en primer plano; no el presente
ni el futuro, ni nada. Sí los pies
que cuelgan, y también la roldana
que chirría, y el perfume caliente
de la maleza abajo, y el del humo
que la esconde y la acuna en su estrategia.
Placeres
nocturnos
A Clara
También nosotras nos paramos a sentir la
noche,
cada una en su barrio pero al mismo tiempo.
Acá hay un cielo gris blanqueado
que huele a agua de río o algo así.
No entro a casa; aspiro hondo,
le pido un deseo único a ese olor. ¿Se
puede?
Y entonces el deseo se atomiza,
átomos del deseo cubren la ciudad:
empieza una lluviecita plana, discreta,
hecha de constancia, que no se escucha
con las ventanas cerradas.
Eso es cumplirse, más o menos, ¿no?
*Título y primer verso me lo prestó Pavese.
Vecinas
Las dos fuimos hacia la ventana al
levantarnos.
Esa mata de árboles y verdes enredados
de donde salen chillidos y aleteos
que separa su ventana de la mía
es un alivio a cualquier hora.
Las dos fuimos hacia la ventana,
pero ella fue casi desnuda.
Los árboles, las lianas, las aves en el
medio –
y más allá su cuerpo blanco, tetas grandes,
caídas,
y panza señorial, fue también un alivio.
El
peso
Que me pese el pelo. Eso para empezar.
Si no no sé quién soy, qué cosas pienso.
¿Cómo inclinar un punto la cabeza,
cómo encarar la luz con la presbicia
si no peso, si el pelo no me pesa,
y de ahí para abajo ya me hago traspasable,
ya dudo en consistir?
No hay forma.
No se justifica
la tendencia actual a sacar el volumen
porque con el volumen se va el peso,
¿no lo ven? ¿Y qué somos?
Livianos como pollos,
con el pelo erizado,
sin ancla, sin memoria,
como diciendo ¿doblo acá
o seguimos derecho?
Exhibición
de atrocidades
Alguien pescó, cortó y dejó
en la orilla esta cabeza de pescado
unida simplemente a su intestino.
La veo y siento mi propia cabeza
cómo se continúa en la garganta
y más allá. Con el mar hasta el culo
se besa la pareja enamorada.
La joven pareja enamorada.
También estuve ahí, sí, claro,
¿quién no? Una mujer sin pelo
entra al agua con determinación.
Apelmazado de sal un perro suelto
olisquea por sorpresa la entrepierna
de una chica en bikini: “¡Salí,
perro de mierda!” (cito textual). Si tres
granos de arena secos son capaces
sobre la roca, al viento, de variar
en dibujos infinitos, ¿cuán atroz
puede ser la variación de esta escultura
que en arena dura y húmeda sugiere
un castillo, un torso femenino,
unas montañas, un circo, una frontera?
¿Qué se arrasa por dentro de los moldes
y convulsiona y en lo químico muta
mientras una tan campante veranea?
Los
chicos juegan en la plaza
Más atrás siluetas juegan tenis.
Todavía más atrás está el zumbido
que se eleva desde algún fluir de tránsito.
Y más atrás el paredón
irregular de los edificios caros
de los cuales a esta hora sólo uno
y sólo en los dos pisos superiores
retiene luz de sol, bastante aguada.
Ahora, fijate lo que pasa:
de entre la ronda de pinos que son tu
primer plano
alguien, un pájaro, rompe a trinar
a todo lo que da,
con desafío y con oficio:
es breve lo que emite, y eficiente.
Si estabas con la vista sobre el libro
al mirar hacia arriba entendés de un tirón
qué es lo que imanta esas capas
superpuestas
de urbanismo irreal que te contienen.
Cómo es que no se desmoronan
estrato por estrato dejándolos a ustedes
desnudos en mitad del escenario.
Pero entender fue tan fugaz
como el grito del pájaro.
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