Verónica Pérez Arango (Buenos Aires), La vida en los techos, Colectivo Semilla, Bahía Blanca, 2016.
Culebras y sapitos
dejar
a los hijos hoy
que busquen comida
en el fondo de la casa
que no pidan
nada a nadie
solos
aprendan a cazar
pequeños animales
algo fácil
una laucha por ejemplo
culebras y sapitos
después de pasar
todo el día agazapados
en el filo del sol
casi invisibles ya
de tanta blancura
radiantes
abandonar el cuidado
dejar lo conocido
que suceda
la maleza
lo oscuro sin sentido
que crezca
del lado de los malos
como charcos
en el patio
llenándose de agua
cuando llueve
o quizás no
Hiedra japonesa
Al comenzar la primavera
plantamos una hiedra japonesa
un plantín chico
de nervaduras fosforescentes
medio triangulares
que tímidamente
se pegaron a la pared.
Tiempo después perdimos
el control de su crecimiento
el follaje tomó las medianeras
trepó por los caminos de techos
formando ramificaciones infinitas
una red vegetal enorme
terminó de capturar el barrio entero.
Las hojas y los zarcillos se movían
con el viento
entonces las paredes eran un mar
suave y ondulado
que nos unía a los vecinos
a la pintura descascarada de los muros
al tanque de agua
y las ventanas de la habitación.
Ahora es junio
el cielo del otoño
vibra al caer las hojas
pequeñas fogatas incendian el jardín
manos rojas
que nos atrapan de repente
en el dormitorio
hasta esconderse entre las sábanas.
Declaración de amor
No quiero verte entrar
al cuarto donde dormís
solo sin otros olores
que completen el tuyo
quiero un paisaje
de gestos en miniatura
parecidos a las marcas del agua
que quedan en los vidrios después de llover
no tu practicidad diaria
que todo lo puede
quiero volverme
vieja y fea a tu lado
no saber bien qué soy
entre mis pliegues de materia humana
quiero no resistirme
al trote de los caballos
que empujan adentro mío
al manojo
de llaves sonoras
de pájaros salvajes
haciendo nido en una fogata
invencible
a prueba de cualquier viento
cambiar de idioma
como si un barco equivocara el rumbo
viajando a favor de la
corriente
Augurio
Son las seis de la tarde: miro por la ventana
abierta y veo las nubes rosadas de domingo
bajar hasta mi casa. Ellas cantan
en el idioma de mi madre lo que será mañana.
Rosso di sera buon tempo si spera
lo que hará el nuevo día con nosotros.
¿Seremos más generosos más valientes?
¿Podremos por fin cuidar del otro?
Tengo una hija que sabe sonreír
y ahora descansa abrigada al lado mío
como si la hubiese rescatado
de un naufragio. Miro su cuerpo pequeño
le toco las manos y escucho su respiración.
Corroboro el letargo milagroso.
Una brisa mueve las cortinas y el cielo
cada vez más rojo se espesa.
El futuro está cerca. Me pregunto
si habremos de tener miedo.
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