Verónica Pérez Arango (Buenos Aires), en Bonino/Maver/Núñez/Pérez Arango/Roggero/Saraceni, Razones para vivir en la dicha. Antología 2013, publicación del taller coordinado por Osvaldo Bossi.
Nosotros, los miopes
Es la hora de no ver: para nosotros, los miopes,
la mañana trae la niebla constante que entorpece
el camino hacia la cocina. Se vuelve una carrera
peligrosa porque no distinguimos las puntas imantadas
de los muebles, y los juguetes en el piso son pequeños
animales a punto de saltar si los pisamos con descuido.
Para nosotros, los miopes, las caras pierden siempre
los detalles que las hacen únicas: cicatrices, pecas,
lunares, la forma de una ceja, el color de la piel
y las pestañas desaparecen atrás de un velo grasoso.
Todos los rostros se asemejan. Hasta el matiz del iris
o quién sabe cuál es el tono que tiene una mirada.
A veces sueño que estoy en un cielo de aire grumoso
y extravío las lentes o los anteojos no me alcanzan
para reconocer a mis hijos. Me horrorizo ante la pérdida
de profundidad y de lo inútil que resulta forzar la vista
al preguntar si será importante todo esto, si servirán
los ojos para ser mejores, conocer el alma o ver a Dios.El pan
Ahora que mi padre ya no trabaja
lo veo ir a comprar el pan que nos alimenta. Cada día
de su vida unió las piedras del mismo camino
en su corazón de brillo silencioso.
Ahora que mi padre
tiene una bolsa en la mano
pesada la próstata
sus pies marcan siempre las diez y diez
¿será esa la hora a la que mi padre va a morir?
¿qué dicen aquellas piernas inestables
como su humor hace tiempo?
A su regreso
mi padre se sienta en el diván
para que el sueño le baje por el pelo gris
y la barba, lo envuelva desde los ojos húmedos
donde van a beber sus animales.
Las migas caen
una a una
a medida que mi padre come
la costra dorada del pan
y piensa en mañana
y en el amor que dio
sin hablar casi
sólo mirando.
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