Verónica Yattah (Buenos Aires), Allá es mañana, Funesiana, 2013.
No sé cuándo empezó a interesarme la calidad de
los dibujos. Tal vez haya sido con los elogios que
surgió la idea de ser dibujante. Fui más seguido
a la sala de objetos perdidos, siempre en busca
de nuevos materiales. A los lápices se sumaron
la goma de borrar, una lapicera de pesada tinta
negra y una carpeta con dos argollas enormes y
brillantes.
los dibujos. Tal vez haya sido con los elogios que
surgió la idea de ser dibujante. Fui más seguido
a la sala de objetos perdidos, siempre en busca
de nuevos materiales. A los lápices se sumaron
la goma de borrar, una lapicera de pesada tinta
negra y una carpeta con dos argollas enormes y
brillantes.
En la carpeta intenté armar una serie: páginas
y páginas con dibujos que mostrarían las cosas
importantes de la vida.
La abuela me acercó frascos de perfume vacíos,
latas de caramelos, papeles de regalo doblados
con minuciosidad. Me costaba entender cómo
la abuela había podido guardar tantas cosas y
no haber podido preservar, sin embargo, una
casa propia. En ella hubiera podido exhibir sus
maravillas sin tener que ocultarlas, cada vez, en la
caja vieja de zapatos.
y páginas con dibujos que mostrarían las cosas
importantes de la vida.
La abuela me acercó frascos de perfume vacíos,
latas de caramelos, papeles de regalo doblados
con minuciosidad. Me costaba entender cómo
la abuela había podido guardar tantas cosas y
no haber podido preservar, sin embargo, una
casa propia. En ella hubiera podido exhibir sus
maravillas sin tener que ocultarlas, cada vez, en la
caja vieja de zapatos.
Nunca pude dibujar los olores de la comida que
preparaba la abuela. La carne picada se mezclaba
con la cebolla, el morrón y la pimienta. Mientras
cocinaba me sentaba cerca suyo, en una mesa
desplegable que casi no abríamos. Intentaba copiar
la cebolla, el morrón y el delantal de cocina lleno
de flores. Intentaba borrar la idea de que todo eso
conforma una naturaleza muerta.
preparaba la abuela. La carne picada se mezclaba
con la cebolla, el morrón y la pimienta. Mientras
cocinaba me sentaba cerca suyo, en una mesa
desplegable que casi no abríamos. Intentaba copiar
la cebolla, el morrón y el delantal de cocina lleno
de flores. Intentaba borrar la idea de que todo eso
conforma una naturaleza muerta.
La abuela se fue un día de verano. El sol de ese día
no concordaba con la idea de muerte. Ni el sonido
de los autos, ni el de mi hermano jugando con su
amigo en el balcón. Yo colgué el teléfono y fui a
sentarme al banquito de la cocina. Puse la pava
para oír a la abuela. Esperé y fue ella la que silbó.
Mezclada con pájaros y autos que pasaban ese día
por la puerta de casa, fue ella la que silbó.
no concordaba con la idea de muerte. Ni el sonido
de los autos, ni el de mi hermano jugando con su
amigo en el balcón. Yo colgué el teléfono y fui a
sentarme al banquito de la cocina. Puse la pava
para oír a la abuela. Esperé y fue ella la que silbó.
Mezclada con pájaros y autos que pasaban ese día
por la puerta de casa, fue ella la que silbó.
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