Silvina López Medin, Esa sal en la lengua para decir manglar, Ediciones del Dock, Buenos Aires, 2014.
Colaboración de José Villa.
Notas para un fado
Intervalo: un hombre viejo, viejo
aferrado a un papel
repasa su letra
la punta del zapato
se acerca y se aleja del piso
marca el ritmo, ya no marca
insinúa, en parte ha perdido
el control del cuerpo, lo que queda
entre el piso y su pie
¿es ese el espacio entre las cosas
que Cage pedía no olvidar?
el hombre viejo avanza
lento en su estar
un poco desprendido del entorno
se aferra al micrófono, sonríe
hasta que encuentra
el compás del canto
a veces se le va una frase o la voz,
nosotros con pies firmes sobre el suelo firme de la taberna
en cada silencio le soplamos la letra,
todavía creemos en la necesidad de completar.
Como y duermo con un desconocido
Lo que un avión permite:
el filo moderado de un cuchillo,
dos o tres formas de acomodar el papel metal,
plegado prolijamente o hecho un bollo, las mismas formas
de acomodar el cuerpo en el asiento
ahora que la azafata apaga las luces sin palabras de
despedida
como una madre severa o muda,
esta cabeza desconocida no encuentra lugar
no se entrega al sueño
cae en mi hombro, se levanta
prudente oscilación
del vino en la copa descartable
no cruzamos palabra
pero algo cruza cada tanto
la frontera del apoyabrazos
mi mano que alcanza
la copa a la azafata, o el ritmo de esa respiración
que se agrava, se resigna
se quedó dormido, pienso
pero quién
se quedó dormido
no tiene nombre
se quedó dormido
insisto y mis párpados
se van cerrando
como una madre cierra
lentamente la puerta
hasta escuchar el click
mi cabeza cae, estoy
en el hueco de un hombro.
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