miércoles, 25 de marzo de 2015

Natalia Romero





Natalia Romero (Bahía Blanca/CABA), Nací en verano, El Ojo del Mármol, Buenos Aires, 2014.


Colaboración de Verónica Pérez Arango.
























Aguacero



Cuando pasamos el río Sauce Grande
la ruta es toda de niebla
si seguimos el sendero del agua
llegamos a la playa,
hay lagunas de lluvia
por el camino
el campo se vuelve océano.
Pienso que puedo morir ahora.
Vemos solo líquido que nos cubre
creemos estar en el refugio
en el auto que nos lleva.
El agua es un cuerpo inmenso
no se corta, nunca sangra.
Adelante el agua hace luces intermitentes
rojo amarillo rojo
la cortina de agua lo cubre todo.
Seremos libres
devueltos por la tormenta
sin más abrigo que la lluvia.
Caen sapos del cielo me dijo mi abuelo.
Yo los vi.
Había olor a mar.









Muelle



Estamos mi hermana y yo cerca del mar
apenas nos mojamos los pies en la orilla
es que mamá no sabe nadar, ella
nos da la mano nos sostiene.
Las tres somos un muelle
más fuerte que la tormenta.
En nuestra casa de playa
hay santa rita y malvones
corremos a la punta del monte
y no sentimos frío.
La arena se guardó todos los rayos solares
y no nos queda más que la noche.
Hay mar, hay niebla.
Mi hermana me trae un caracol
me lo acerco al oído
dejo que suene el mar
que cante su ritmo adentro mío.
De él caen granitos de arena
que son como estrellas
que vuelan
y se pegan en el pelo de mamá.











Monte Hermoso



Escalamos la montaña
de arena.
Se queman
las plantas de los pies
nos acostumbramos
pisamos con fuerza
queremos llegar
al centro de la tierra.
El médano dorado
parece un meteoro.
Nosotras lo queremos
es nuestro refugio del verano.
Desde lo alto
cerramos los ojos
nos tiramos
y rodamos por la superficie
plana de la playa.
Estamos lejos de la cima otra vez.
Tenemos arena en los ojos
las uñas los oídos
la boca.
Masticamos los granos
que se disuelven
como el azúcar de los copos
o la sal del mar.
Te miro, estás riendo
te ves tan parecida a mamá.
El sol del mediodía
nos deja la piel
cada vez más roja.
En el cielo
no hay una sola nube.
Al costado del monte
unos cardos, unas flores amarillas
que me recuerdan a los penachos
que crecían en nuestro balcón.
Miramos otra vez la cima.
A lo lejos suena el mar.
Después de varias escaladas
iremos a zambullirnos
hasta quedar transparentes
como las algas.











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