Algo de la poesía publicada recientemente en la Argentina.
miércoles, 16 de septiembre de 2015
Daniela Camozzi
Daniela Camozzi (Buenos Aires), Mones Cazón, Ediciones del Dock, Buenos Aires, 2015.
Turquesa, oro, salmón
El viaje a Mones Cazón
por la ruta cinco
era tan aburrido
todo igual de plano
y de vacío hasta llegar
a Pehuajó
justo doblando
la curva del acceso.
Hasta entonces
solo una estación de YPF
idéntica a la anterior
en la entrada de cada pueblo.
Papá nos hacía jugar
al veo veo.
Mamá con la mirada
fija en la ruta,
decía no tengo ganas.
Pero cada tanto jugaba igual
y algún color raro
se le ocurría: turquesa,
oro, salmón.
Yo nunca encontraba nada
entre los grises de la ruta
y el tapizado sin gracia del auto.
Nos entreteníamos así,
buscando
lo que no estaba
en ningún lado.
La tía Ema
El tapizado impecable
del Fiat familiar color ladrillo
huele a esencias dulzonas
como las rosas
del jardín de la tía Ema.
Hay enjambres
de avispas doradas
que si te tocan te clavan
su aguijón venenoso.
La pollera de la tía Ema
es tan acampanada
que cuando el viento la levanta
se sacuden las rosas,
las ramas, la casa.
Un viento que llega
hasta la ruta
y me golpea en la cara
me despabila y me hace
a mí también
dueña de su jardín.
La abuela Julia
En la cocina de aquella casa
vos amasás con firmeza
los fideos con albahaca
más ricos del mundo
mientras yo te miro
desde la altura de tu delantal.
Van y vuelven tus manos
sobre la mesada
y se llenan de engrudo las juntas,
los azulejos partidos.
Desde ahí arriba me pedís
que te ayude rápido a limpiar
todo el enchastre
antes de que lleguen
los tíos y el abuelo
así queda todo listo
para nuestra cena juntos,
ustedes y nosotros,
los recién llegados
de la ciudad.
Bendición de la tierra
Coma este durazno, m’hijita,
qué es eso
de andar siempre revoloteando
y buscando caramelos
en mis bolsillos.
O no sabe usté
que la fruta es un regalo
una bendición de la tierra,
la mejor golosina.
Pero abuela, ahora no, así no,
que se chorrea todo el jugo,
se van a ensuciar
las flores de este vestido
que me bordó mamá.
Que después ella dice
que le hago unos manchones
imposibles de quitar.
Abuela, usté se ríe
poniendo los ojos como dos rayitas
inclinadas para abajo,
se agarra la panza de la risa.
¿No sabe cómo es
su hija cuando algo
no es como debiera?
Mi única defensa será
quedarme quieta
muda y en cuclillas,
repitiendo en mi cabeza
que no quiero,
no debo mancharme.
Está bien, abuela, siga
torciéndose de la tentación
que el delantal se le da vuelta
y cae para mí una lluvia
un plac pluc de caramelos
contra los baldosones
cuadriculados, brillosos,
impecables del patio.
Usté se ríe
pero la exigida soy yo
El caballo de gana
En la entrada aparece
un caballo lustroso
te sigue impasible
con su ojo único
una bolita
de vidrio de ámbar.
El viento de la siesta agita
la cortina de flecos
que hace de puerta.
Le jugás al caballo
a ver quién
pestañea primero
hasta que los ojos te duelen
como si algo los pellizcara
desde adentro.
El caballo te gana.
Te iba a ganar siempre
inmóvil en el cuadro.
Pero entonces te saltan
lágrimas de derrota
y de alivio, y es casi
como si escucharas
un relincho de triunfo.
No vas a jugar nunca más
a ese juego que duele
en los ojos.
La hamaca
Me tiro al sol
boca arriba
el pasto es
muy suave
no hay
espinas
ni cardos.
Cierro
los ojos igual
que en la plaza.
Me empiezo
a hamacar despacio
me empujo
hacia atrás
con una fuerza
que no tiene movimiento.
No despego
el cuerpo
del pasto
ni un poco.
Me doy
otro envión
ahora
para adelante
más fuerte
uso todo
el cuerpo.
Tengo dos
redondeles
de sol
en los ojos.
Me hamaco
cada vez
más fuerte
sin marearme
cada vez
más rápido
sin miedo
ni vértigo.
La tierra
es mi hamaca.
Tengo cosquillas
pero no son
de risa.
Parecen
de felicidad.
Filtrar la luz
Era la rama con la luz.
Arnaldo Calveyra
Otra vez un viento
entre las hojas de la parra.
Pero ya nada se derrama ni se cae.
Mamá se ríe ahora
sin preocupaciones
sentada en el sillón
de hierro del patio.
Sonríe con mi hermana a upa
mientras se acomoda el pañuelo
que la protege del sol.
Un sol que pega fuerte
en el verano de la tarde
y atraviesa las hojas.
Es una escena que reaparece
en las mejores tardes de verano
cuando estoy al reparo de algún verde
y las hojas se mueven levemente
y al moverse dejan
filtrar la luz.
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