Germán Arens (Río Colorado/Bahía Blanca), Mientras las vacas abrevaban cerquita, Hemisferio Derecho Ediciones, Bahía Blanca, 2016.
De Pueblada
Célula a célula
el día me entró en la
carne
Dejamos el auto en el camino
y en cuero, sólo, subí
a la barda
De cara al pueblo
fui poco en la
temporalidad de todo
Un hálito de pacífica
gloria
se metió en mi nariz
A lo lejos
un cuerpo geométrico
de ciruelos, manzanos y
perales;
después la barbarie
montaraz
Bajo mis ojos y cabeza
la zona urbana parece
un tablero
donde metódicamente
se juega a la vida
Nuestras bicicletas
eran rojas
nuestros perros negros
Con la práctica y el
tiempo
fuimos buenos
tiradores,
hacíamos blanco en los
carteles
ubicados al costado de
la ruta
Nuestras bicicletas
eran rojas,
me gusta mucho decirlo…
Nuestros perros negros
Nadie vivía en la
última casa
del pueblo, ni siquiera
un árbol
Una tarde, después de
caminar y
caminar entre las
bardas,
nos detuvimos a la vera
de una
vertiente de agua y un
sonido nos
reveló la purísima
presencia de un
alacrán sobre una roca
verde
Nuestras bicicletas
eran rojas
nuestros perros negros…
Hasta que detrás de un
color
naranja se fue el
paisaje y el
Rata lloró por todas
las palomas
que habíamos matado
Salvo nosotros y los
pájaros
nadie durmió bajo ese
cielo
De Versos de Gabino
Escena
Hay un orden
definido en las mañanas;
una certidumbre donde se suceden
caras, pasos, autos.
Una escena es la siguiente.
Llevo en mi respiración
la certeza de que nada es cierto.
Pereza
En homenaje a la desidia que siento por todo
perecen palabritas pergeñadas a desgano
de ganas de vivir perdiendo
perdido en esta periferia poética
donde el sustantivo leche
transgrede los hervores creativos
de mis contemporáneos libreversistas.
A mi la muerte me filosofa cortito
y a las divinidades antepongo mi pelela.
A la posteridad la postergo porque vendrá
del huevo.
Que malicia esta malicia de decir siendo
tantos.
Que contrariedad la de pensar
cuando no hay respuestas a la pregunta que nos asiste.
De Los ojos del cordero
Desperté…
Atravesé un largo pasillo.
Detrás de sus cuatro puertas
duermen mis abuelos,
mis hermanos,
mi tío y mi padre.
El baño es grande,
casi tanto como un espacio vacío.
Desamparado entre azulejos blancos
dejo el espejo detrás de mis espaldas.
No quiero mirarlo.
Tengo miedo de verme otro.
Los domingos
cuando el tío juega al fútbol
de local
vamos al pueblo.
Después visitamos a Emma.
Ella se está muriendo de a poco
y no sale de su cama.
Tiene los ojos redondos
y la cabeza casi pelada.
A última hora
pasamos por el cementerio.
La abuela le deja flores a Edgardo
y el abuelo dice lo mismo de siempre:
–Hay tantos Arens en este lugar que dan ganas de quedarse.
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