María Calviño (Córdoba), Superficies cultivables, Ediciones del Dock, Buenos Aires, 2017.
Fin de cita
Los mensajes del teléfono
celular se escriben con diccionario.
El teléfono cree que sabe
si es Otón o es otoño,
si es tala o es de tilo,
si es romance o novela,
si es vida o es vidala.
Pero no sabe. Lo que hace bien
es marcar la noche con una pausa
de luz. ¿Hasta cuándo?
Hasta que algo escrito ahí
parezca nuestro.
Superficies cultivables
Ahora que pareciera ocultarse
toda quietud, toda menuda sospecha
de cuidado o de silencio, no sé
si era tan fácil recorrer vidas
parecidas buscando algún desvío,
un rastro, un pedazo de espejo roto
que explique el castigo:
mar sin cardúmenes
casa llena de gente
página en blanco
De nuevo la biblioteca esconde
lo que buscás, lo que buscabas
al repasar de memoria
el orden de los libros
en los estantes (las tapas desiguales,
los cantos invisibles y los títulos
ensartados en un teclado mudo,
extravagante); algo en la trama
hizo olvidar toda noción
de distancia al destino, o la voz
que encontraste te esperaba
Los viejos leen a Dostoievsky
Los viejos leen a Dostoievsky
cuando salen con un libro forrado en papel
madera y lo llevan de vacaciones,
o lo guardan siempre a mano cerca
de la mesita de luz: es Dostoievsky porque
cuando los viejos no leen se imaginan
a un escritor también viejo, piensan
que no está triste, sí preocupado
por la gente que habita sus libros.
Los viejos leen y releen a Dostoievsky
traducido, expurgado, prestado o propio
comprado en librerías de viejos,
en ediciones más o menos caras,
encuadernadas bien o mal, cosidas
o despegadas. Buscan casi siempre
una misma escena, en la misma página
que está una o dos antes
que el tomo se nos abra solo.
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