Paisajes con agua en movimiento, Luis Guillón, La Carretilla Roja, 2020.
Como no puedo viajar
miro documentales. Deseo
ver con mis ojos y lo hago
bendigo esa señal en la pantalla
y soy una surfista en Punta Hermosa
soy la leona que tiene encima a sus cachorros
veo al cóndor andino desplegar sus alas de piano
vivir en tres escenas setenta y cinco años.
Los puntos de vista se reflejan en los tonos de voz:
el locutor miente “en Latinoamérica
el mar permitió una fusión de culturas”.
Esta noche miro Tesoro escondido,*
lo que busco en todas las cosas.
* Perú: tesoro escondido (Luis Ara / 2017)
Reposar en la jungla*
De un color durazno claro
se asoma la flor del árbol de ceiba
en el páramo colombiano.
Cuando no está colgado
el perezoso es una manta arrastrándose por el verde,
encontrarlo fuera del árbol
nos hace dudar sobre su fama.
Tiene todo para escaparse o atacar
pero sigue trepado al árbol.
Crecen sus uñas en el ocaso del día.
¿Qué poema mira el perezoso
desde la rama inclinada?
Se sonríe desde lo alto, ya vio hace tiempo
lo que tenía que ver.
* Los perezosos se mueven muy lentamente, / sus movimientos
pausados son una forma única / de enfrentar la vida en la jungla. /
Pasan toda su vida en apenas un puñado de árboles, / con las garras
se abrazan a las ramas/ y su abrazo es tan fuerte / que no se caen. /
El secreto de la supervivencia del perezoso / es que pocas veces necesita
/ bajar a la tierra.
Wildest Latin America. Episodio: “Amazonia” (Richard Kirby-Bill Markham / 2012).
Sobre el espacio oblicuo del bajo escalera
resalta una lagartija del tamaño de un corcho.
La señalo, mi hijo y yo la miramos.
Mi dedo recorre el camino que ahora emprende
o la guía hasta la luz
más blanca del pasillo para que podamos verla mejor.
Es una cosita maravillosa, digo,
y esa cosita ya se esfuma para nosotros.
Más tarde la encontramos en un rincón
tiene menos rapidez, menos gracia.
Volvemos a mirarla.
Esta vez estamos sobre ella
y la señalamos desde arriba.
Como respuesta
se oculta detrás de la estufa.
La mañana me encuentra sola. Abro la canilla,
lavo una taza. El agua de la pileta
se va escurriendo poco a poco
y brilla el acero de la bacha. En el fondo duerme algo.
En el fondo está lo que señalamos.
Levanto la lagartija, blanda, húmeda.
Las patas flácidas como un cabello.
Tiene un ojo sí y un ojo no.
Le hago un ataúd con una hoja de diario.
Con dudas, la apoyo en la bolsa de basura,
así envuelta prolijamente.
Después, cuando cuente esta historia
voy a decir que la enterré.
Como se lanzan una a una las piedras
al borde de un lago, recorro
el mapa de la vida.
No es una tarea difícil, sino meticulosa
desarmar y armar recorridos solo
para entender los pasos dados.
De niña diseccioné
un escarabajo vivo en la playa.
Con una piedra bisturí saqué sus alitas,
las patas, por último sus cuernos. Apoyé sus partes
sobre una roca plana, un plato servido a la mirada
perpleja de quien quiere, necesita
entender a costa de la oscuridad.
Hace poco colgué un mapamundi
en el cuarto de mi hijo, le dije bajito
importa saber dónde están los lugares, qué hay
atrás del océano. Las aguas bailan enmarañadas y seducen.
Quedate un rato observando, pedí y atravesalas
con la fuerza que se pueda.
Aquella tarde, después de terminar mi disección
escuché por un largo rato con los ojos cerrados
ese ruido rastrillero que hacen las piedras y caracoles
cuando la ola se aleja.
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