Pequeños rastros que se alejan, Buenos Aires, Kintsugi, 2021.
Sólo su índice apoya, baja
y suave, el arco frota.
Sigue el movimiento
que las piernas acompañan,
es un adagio de frases cortas
unos segundos y ahora
el arco abandona las cuerdas, abre
un silencio de últimas notas
pequeños rastros que se alejan.
Tensa una cuerda para afinarla
es una búsqueda en el caos,
me dice Raúl, es ir al temple
donde dos o más notas
suenen nítidas, una sola voz
un sonido primordial que desmienta
lo confuso, un acto de realización.
Apoyo la tabla y veo
la veta que se ofrece.
Estiro el barniz a favor
haciendo que la mano
se aleje del cuerpo
obligando a proteger
para ver mejor, para que muestre
cada detalle, cada instante sano de
alerce,
equilibrio del tiempo pasado.
Se dio así, apareció
en el manto de la Virgen
un penacho largo, tres pétalos
blancos
que delgados y frágiles soportaron
la lluvia
y hoy buscan pacientes el sol que
les dé abrigo
mientras voy a buscar el barniz, la
capa protectora
que cuide este chelo sin callarlo.
Este chelo que se lleva de mí, no
sólo horas.
Las notas menos brillantes
no se imponen, vuelan sueltas
dejan que la voz se apoye
sin exigirle nada. Entonces,
toca y canta, agua del río
viejo
llevate pronto este llanto lejos.
¿Lo ves?, me dice Celina,
de tan unidas parecen
un solo movimiento, simulan cerrarse
y es cuando hay que dejarlas ir
abandonarlas a su fragilidad.
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